lunes, 3 de febrero de 2020

Querer y poder


  Unax llevaba toda la noche mirando a Aya moverse por el salón. Al principio fue yendo arriba y abajo con comida, platos, vasos... Entraba a la cocina con las manos vacías y salía siempre con algo distinto. Con las manos ocupadas se quedaba mirando a la mesa y decidía donde colocar las cosas. Y luego vuelta a empezar, entrar, salir, mirar, colocar. La música sonaba a un volumen más alto de lo que le gustaría a Unax que seguía hundiéndose poco a poco en el sillón mientras el resto de amigos charlaban, cocinaban o hacían cosas infinitamente más productivas que mirar el ir y venir de Aya. 

  Llevaban seis años realizando una cena conjunta en el mes de enero. Antes era en fin de año pero se había vuelto imposible por temas de parejas y familiares. Al final decidieron seguir con la tradición y movieron las fechas al segundo fin de semana de enero. A Unax no le desagradaba el ambiente y nunca nadie le había pedido participar de forma más activa con lo que estaba más que conforme. La hora de cenar era, sin lugar a dudas, su favorita. Ahí dejaba algún comentario u opinión sobre el tema sin excederse demasiado mientras los demás discutían o explicaban anécdotas. Y él reaccionaba en el sitio donde era uno más. 

  Aquella noche sucedió más o menos igual que el resto de noches que Unax había compartido con sus amigos. Se habían enterado de que Núria había roto con su novia de toda la vida y que Jaime había hecho lo propio. Pablo tenía un ligue por ahí, Laura tonteaba con David... Los chismorreos de siempre. Se rieron de las anécdotas de la universidad y de como habían salido a manifestarse por un acceso a una educación digna. Y entre risa y risa, Unax miraba de reojo a Aya aunque ella no parecía darse cuenta. A veces era ella quien hablaba y entonces se concentraba al máximo en mirarla, en recorrer cada centímetro de su pelo largo atado, en sus ojos verdes que brillaban con una intensidad especial, en su gesto serio pero cálido, en sus labios finos y en sus dedos marcados de tanto rasgar la guitarra que tocaba desde los seis años. 

  Se terminó la cena. Se prepararon para ir a tomar unas copas para cerrar la noche. Unax y Aya empezaron a recoger sin prisa pero sin pausa. Se iban cruzando, coincidían en la cocina, se daban órdenes mútuamente. Y Unax la miraba muy fijamente cuando Aya no le miraba.

  Bajaron al bar en grupo. Grupo que siempre se terminaba desperdigando unos metros. Unos andaban más rápido y conversaban animadamente mientras otros se desplazaban de manera más lenta, más pausada mientras mantenían su propia conversación. Aya iba en el grupo de delante, charlaba con Pablo y hacía bromas con Luis cada diez pasos. Matilda redujo su ritmo hasta ponerse a la altura de Unax sin que este prácticamente se diese cuenta. Andaron en silencio unos metros. Varios metros sin intercambiar una sola palabra. Bajaron la cuesta y se pararon en el semáforo que quedó en rojo. El resto del grupo esperaba en el otro lado, ellos encontraron el semáforo en verde. Matilda no dejó de ver al resto en la otra orilla. Agitaban la mano como si se estuviesen despidiendo para siempre. Ella les respondió igual y le dijo a Unax: 

  - No has dejado de mirar a Aya, ¿eh?

  Unax la miró brevemente para volver sus ojos en Aya otra vez. Quiso suspirar pero no lo hizo. No dijo nada. El semáforo se tornó en ámbar para los coches que navegaban la carretera. Levantó la cabeza levemente y respondió a Matilda:

  - Tengo ganas de enamorarme.
  - ¿Y lo has logrado? -preguntó Matilda con una sonrisa. 
  - No. -respondió Unax.

  Cruzaron el río que se abría delante de ellos. Las luces de un todoterreno iluminaban la ruta. Matilda evitaba caer en la oscuridad pisando fuerte en las zonas pintadas del puente. El grupo celebró su llegada y volvieron a andar rumbo al bar más cercano de todos donde Unax pensaba en pasarse toda la velada hundiéndose en el sillón mientras miraba a Aya e intentaba terminar la noche enamorado perdidamente.