miércoles, 15 de agosto de 2012

Confesión a la vieja usanza [I]: la relación carnal de la realidad y el tiempo

  Si alguien me preguntara o me dijera que explicara mi rutina de verano todo se reduciría a la simplicidad de una tarea tediosa, pues me paso la mayor parte de mi tiempo sentado dentro de un pequeño cobertizo, leyendo y mirando el mundo que se abre ante mi desde una puerta normal, ni grande ni pequeña, ni alta ni estrecha, una puerta donde puedo ver una realidad parcial que sigue su curso a la diferentes velocidades según la hora, el tiempo y mi punto de vista. 

  No obstante, es curioso ser consciente de lo que te rodea con tanto detallismo. La primera vez que miré por esa pequeña obertura observé como todo tipo de vehículos iba pasando por la rotonda, como iban creando atascos y obligaba a la gente que habitaba dentro de estos a fijarse en el ambiente que les rodeaba. Más adelante, con el ejercicio rutinario de mirar a través de la puerta, me fijé en donde se posaban las miradas de dichas gentes. algunos miraban más allá, tal vez al parque, al teatro o al hotel que tenía detrás de mi, otros miraban a la caseta, otros tantos se fijaban en el cartel electrónico que me tapaba parte del cielo y de la acera de enfrente, un cartel luminoso tan grande como inútil. Supongo que, sin saberlo o siendo consciente, con más de uno crucé miradas sin saber muy bien que pensar. Con el paso de los días, miré más atentamente a esas pequeñas cosas que marcan las diferencias. Cuando el aburrimiento ataca, es fácil sucumbir a este tipo de tonterías. Básicamente, así es como me di cuenta de que el mundo podía vivirse dentro de un mismo punto de vista de muchas maneras, de cómo dentro del mismo contexto distintos entes vivían diferentes realidades. Vi que había un número importante de mujeres en la silla del copiloto, y muchas de estas, van con los pies a la altura y en paralelo al volante mientras que otro gran número lucía grandes gafas de sol. No sé en que momento decidí en mirar más allá de la carretera y no sé cuando descubrí a ese árbol frágil, pequeño y escuálido que tenía a dos pasos de mi puerta, igual que tampoco recuerdo el día en que miré a la acera del otro lado y descubrí a personas que iban y venían sin parar. Así, durante ocho largas horas, la mitad por la mañana y la otra mitad por la tarde. Así es como dedico mi tiempo a matar las horas, a la vez que las manecillas del reloj ejercen su función a la perfección y con total precisión.

  Tal vez, alguien ajeno a esta realidad no sabe bien de que hablo ni a que me refiero. Simplemente se trata de mirar a través de una rendija y pararse a reflexionar sobre aquello que rodea a cada individuo. Para hacerme entender de una manera más sencilla: es como ir al cine a ver una película. Estás sentado, delante de una acción que transcurre y de la cual tú no formas parte. La única diferencia entre el ejemplo y lo que trato de explicar es que esta acción pasa realmente cerca y es totalmente real a mis ojos. Y posiblemente, tú o cualquiera otra persona jamás se ha parado a pensar en ella, puesto que no es una verdad que existe en una realidad. 

  Buen final de verano.
  

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