viernes, 12 de abril de 2013

Encerrado en un bar

A Daniel.
  Tocaban las tres de la madrugada. Ernesto tomaba un sorbo más de su bourbon mientras se apoyaba perezosamente encima de la barra del único bar que se mantenía abierto a esas horas casi intempestivas. Su única compañía era la del propietario que seguía limpiando algunos vasos mientras tarareaba la canción de Jeff Buckley que sonaba por los altavoces. No había sido un buen día para Ernesto. De hecho, no lo fue la semana entera y, apurando, se podría decir que el mes se había ido como la mierda se marcha tras tirar de la cadena. También podía definirse así su pasado más reciente: la muerte de su padre, el accidente de su hermano, su divorcio y la pérdida que ello conllevaba. No sabía si iba a salir de esta y no tenía claro que quisiera seguir hacia adelante. Miró el vaso y díjole con voz serena al barman:
  -¿Sabe? Hace un mes lo tenía todo. Un piso céntrico, una hija que tocaba el violín como los ángeles, una mujer que me amaba y mi padre que siempre me ha apoyado en todo. Me acompañaban las sonrisas y los ratos dulces. La cama caliente, la comida preparada, abrazos, besos... Pero cuando uno tiende a acumular demasiadas cosas corre el riesgo de perderlas. Será verdad lo que dicen, ¿sabe usted? Aquello de que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde.

  Se produjo una pausa. Un suspiro. El jefe de aquel antro, sin dejar de hacer su faena y sin mirarle a la cara (así como Ernesto tampoco lo hizo) le habló:

  -No creo que su problema sea el perder cosas y personas. Quizás le dió más valor a aquello que tuvo que a aquello que vivió. Y ahí suele estar el error de casi todo ser humano... Entonces, usted, mi querido compañero, siempre supo lo que tuvo. Siempre lo supo aunque nunca imaginó que podría perderlo.

  Y Ernesto sacó un trozo de hielo que se ahogaba en el bourbon que le acababan de servir y se lo llevó a la boca.

Fotograma del videojuego Hotel Dusk: Room 215.

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