A Audrey no le gusta lo
que esta tarde le devuelve el espejo. También es normal, acaba de despertarse
y sus ojos aún no se han abierto del todo. No tiene ganas de hacer nada que
no sea volver a la cama pero realizar las tareas pendientes. Piensa en la noche que
le espera con sus amigas, en la cena y lo que vendrá después. Eso la alivia un poco y la anima para emprender el día.
A Audrey no le gusta lo
que esta madrugada le devuelve el espejo. También es normal, acaba de llegar de
una noche desfasada y aún siente los efectos del alcohol. No le gustaba verse
maquillada. Tiene el pelo muy desordenado y el pintalabios corrido. Esta
vez no piensa, se mueve por impulsos. Toma agua del grifo fría, se lava la cara
y se quita el maquillaje. Decide salir a correr para desquitarse del fracaso
amoroso y sexual de la noche.
A Audrey no le gusta lo
que esta mañana le devuelve el espejo. También es normal, acaba de llegar de
hacer ejercicio. Cerca de una hora alternando correr con caminar que se suma a una noche que empezó muy pronto y se alargó hasta entonces. Se desnuda, tira la ropa al cesto y se mete en la ducha.
A Audrey no le gusta lo
que este mediodía le devuelve el espejo. También es normal, acaba de salir de
la ducha, la piel está arrugada y el vapor inunda el baño. Tiene el labio
inferior algo inflamado de tanto mordérselo.
Se quita la toalla y junta sus pechos. Se resigna con un soplido y se
dice a si misma: “demasiado pequeñas”. Se gira y se viste con esmero para empezar a hacer las tareas de casa.
A Audrey no le gusta lo
que esa tarde le devuelve el espejo. También es normal, acaba de comer, tiene unas ojeras preocupantes y los aparatos llenos de restos de comida. Se queda mirándose un largo tiempo. Quizás sean unos pocos segundos pero se le
hacen muy largos. No había nada en aquella persona que le gustase. Se
analiza paso por paso, sus ojos, su sonrisa, sus orejas, sus hombros… Deja escapar otro soplido y se resigna.
A Audrey no le gusta nada
de lo que le devuelve el espejo. También normal, nunca había hecho nada para
cambiar lo que veía. Jamás se había propuesto modificar su vida ni aquello
que la rodeaba. Se volvió a mirar al espejo y se recogió el pelo. Inspira. Odia la chica que se reflejaba cada día en
ese espejo. Se mira una vez más, cierra el puño y golpea el cristal hasta romperlo. “Para
empezar a cambiar mi mundo”, se dice convencida.
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