miércoles, 9 de julio de 2014

Mañana por la mañana (un círculo interminable)

Es té blanco. Seguro. Siempre pide lo mismo y es té blanco. Podría ser negro pero todavía es por la mañana así que es blanco. Por la tarde suele variar a té negro, rojo y el segundo miércoles de cada mes pide un café con leche de soja. De frente pierde algo de belleza. No mucha, pero la justa y necesaria para no llamar la atención y para que muchos chicos y algunas chicas se la quiten de la cabeza y pasen de ella. Está leyendo una obra de García Márquez. No hace mucho, la semana pasada, terminó un recojo de cuentos de Matute. El primer libro que leyó era una obra de Katherine Neville bastante tocha. Le da sorbos cortos a su té blanco. No sé si por placer o por la temperatura del agua, el caso es que siempre tarda una barbaridad en terminárselo todo. Cuando se lo acabe cerrará el libro e irá al lavabo. Como siempre. De camino me pedirá alguna cosa para picar. Tardará lo suyo, es bastante indecisa con la comida. Igual pide algo dulce que algo salado, algo casero que algo prefabricado. Luego descubrirá que su tetera y su vaso ya está recogido y su pedido encima de la mesa tapado con una servilleta. Se sentará y volverá a sumergirse en su lectura como siempre hace. 

Me pregunto cuál será su nombre. Es una chica bastante guapa, no se maquilla, no se cuida demasiado tampoco. Al menos su aspecto físico. No viste demasiado bien, no mira por los detalles. Es complicado de explicar con palabras... Por ejemplo hoy. El cuello de la camisa no está bien ajustado, tiene uno de los puños bien abrochado pero en el otro ha juntado un botón con el agujero que no era, lleva el pantalón por encima del calcetín izquierdo, la coleta a medio atar... Descuidada quizás sería la palabra correcta. Tiene el pelo desordenado y no parece importarle. Nunca se ha pintado las uñas, ni los ojos, ni los labios, algo poco corriente para una chica de unos... ¿Veinticinco? 

Cuando toquen las ocho es decir, de aquí a doce minutos, seguramente empezará a recoger sus cosas, lo meterá todo en su bolso que es bastante grande y feo, de un color marrón horrendo y que no conjunta nada con lo que lleva puesto normalmente. Se levantará casi con majestuosidad. Sorprenderá a los demás clientes del local si es que hay alguno porque nadie se había dado cuenta de que ella estaba ahí cuando entraron. Da igual la edad, da igual el sexo, da igual todo, aquí lo que importa es la persona y esa persona seguro que va a quedar hipnotizada en el momento en que se inicie la secuencia. Ella permanecerá alejada de aquellas miradas que la atraviesan, inconsciente de que todas se dirigen hacia ella y su figura. Irá a la barra por última vez, sacará su monedero negro y pagará al contado. Quizás hoy deje propina. Los lunes y los viernes siempre deja pero hoy es martes así que no puede saberse. Acabará saliendo perdiendo todo el estilo y el resto de los clientes, antes atraídos y embelesados por sus movimientos volverán a su rutina habitual. 

Y el narrador de esta historia inventada, imaginando y creando esa misma mujer una vez tras otra volverá a olvidarse de ella hasta que un día vuelva a aparecer en forma de musa profética. Una mujer que no existe en ningún otro mundo que no sea el suyo. Una mujer irreal, que no se puede abrazar, que no se puede besar, que no se puede amar. En el mar de la imaginación andará el escritor recordando que debe olvidar a esa mujer porque pocos placeres son comparables al de olvidar a esa musa casi perfecta para volver a recordarla.

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