viernes, 1 de agosto de 2014

Canon en Re Menor de Pachelbel

La carretera está plagada de gente, de agobiante multitud que camina en dirección a la playa para coger un buen sitio desde el cual poder ver los fuegos artificiales que van a iluminar el cielo en dos minutos exactos. Él baja la mirada y camina en dirección contraria. Sin rumbo, con música de Outlanidsh en los oídos, inexpresivo. Cruza alguna mirada con la gente que se pregunta hacia donde se dirige ese joven de paso regular y ritmo lento. Algunos comentan algo acerca él, otros le señalan directamente. Da lo mismo lo que piensen, él camina en dirección contraria al mundo por decisión propia. Quizás sea su error, quizás sea su acierto. Sea lo que sea, le va a pertenecer para siempre. Empieza la fiesta. Primer ruido de petardos y él gira la cabeza de forma momentánea. El ser humano siempre reacciona igual ¿Cuántas veces habrán visto esas personas unos fuegos artificiales? ¿Cuántos entenderán su arte? Y todo quedan embobados con la mirada fija al cielo esperando a la próxima explosión de luces y colores. Él vuelve a girar la cabeza y piensa en lo bonito que sería el mundo si la pólvora se utilizase solo para fiestas. 

Suena el Canon en Re Menor de Pachelbel desde un tercero. 

Ella se sienta un momento. Está lloviendo mucho. Llueve sobre mojado, llueve sobre ella. Las calles están desiertas de personas, el mejor paisaje posible para ella. Cansada de gente deambulando con prisas yendo a ningún lado. Se muere por dentro cada vez que ve la ciudad de color gris. El cielo está muy tapado. No parece una tarde de verano aunque si fue una mañana de ocho de agosto. Nunca lleva paraguas. Los pies están empapados. Mira sus zapatos y sabe que va a tener que tirarlos en cuánto llegue a casa. Su ropa transparente y cualquiera puede verle sus prendas interiores. No son las mejores que tiene pero tampoco le importa que alguien le mire las bragas. ¡Cómo si alguien no hubiese visto unas bragas ya! Quiere fumar pero es evidente que bajo el chaparrón no va a poder dar ni un calo. Bueno, no va a poder ni encenderlo para empezar. Mira al vació con pocas esperanzas. Se levanta con todo el peso del bolso mojado mientras gordas gotas caen sobre su cabeza y se deslizan por su pelo para llegar al suelo. Se quitas los zapatos y los calcetines y los deja sobre el banco de piedra. Arranca a caminar chapoteando por los charcos del camino. 

Alguien se sienta al piano y toca el Canon en Re Menor de Pachelbel. 

Se agarran de las manos y se miran a los ojos. No aguantan mucho rato, la vergüenza y el miedo les puede. Ella se recuesta sobre la puerta del coche. Es de madrugada, la cabeza le da vueltas pero puede ver la cara de su chico con claridad. Él le busca la mirada, juega son sus dedos por sus hombros y de vez en cuando le aparta el pelo de su cara. Ella le agarra la cintura. Están esperando a una estrella fugaz a la que poder pedirle un deseo. El de ambos es el mismo pero ninguno de los dos quiere ser el primero. Hace rato que no tienen conversación, se dedican a pensar en un lejano futuro cuando ellos estén juntos, desnudos en la cama mirando el techo blanco de sus habitaciones. Alguno habría pensado en como quedarían sus apellidos juntos. Pasa un rato, se miran y vuelven a apartar la mirada. Diría que hay tensión en el ambiente. Quieren ser una persona en dos cuerpos pero algo les impide. Él se empieza a cansar de la situación pero no hace nada para remediarla. Ella está incómoda con esas manos. Los lunares del cuello de la chica empiezan a coger formas repugnantes, la constelación de sus pecas evocan a imágenes asquerosas. A él le apesta el aliento y el desodorante empieza a dejar de hacer efecto. Su voz es ronca, antes era mucho más suave. Dudan. ¿Qué es esto? Se quieren pero no quieren quererse. Se miran por última vez antes de que él le dé la espalda y se marche por la boca negra del callejón que queda a la derecha. Ella se decepciona. De ambos salen lágrimas amargas que marchitan flores de plástico. 

Un poeta escribe escuchando el Canon en Re Menor de Pachelbel. 

Son un grupo de amigos. Más bien de hermanos. Unidos por una misma cosa, distintos entre ellos. Hay algunos que trabajan, algunos que estudian, otros que ni una cosa ni la otra. También piensan de forma distinta, tienen diferentes ideologías, diferentes religiones, diferentes objetivos. Pero ellos se reúnen como forma de vida, como rutina, como hábito. Se pasean por las calles como si fuesen suyas. Nunca buscan problemas, no buscan líos. Prefieren pasar desapercibidos a menos que la situación requiera lo contrario. Se ríen de ellos mismos con recuerdos varios, con locuras pasadas y personas pasajeras. La gente va y viene pero ellos caminan juntos. Jugaban juntos. Se conocen a ellos mismos, a sus familias, sus situaciones, su vida entera. Son la familia que ellos mismos han escogido. A veces cambian su destino o su punto de encuentro: cenas y cines. Han sentido la alegría de conocer a alguien nuevo, de acogerlo. Han sentido el dolor de ver a alguien partir para siempre, de perderse por el agujero del tiempo. Han sentido impotencia por perder algo que no van a poder recuperar. Comparten muchas cosas, no temen al futuro, se agarran al presente como única forma de vida, se emocionan y siguen asombrándose de las pequeñas cosas. De vez en cuando son sinceros y confiesan que se echan de menos. Miran a la vida y esquivan a la muerte jugando entre lirios y laureles mientras rezan y esperan que Dios no se olvide de que existe. 

Un músico amateur mata el Canon en Re Menor de Pachelbel.

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