domingo, 28 de septiembre de 2014

La última vez

Esta es la última vez que escribo. Estoy cansado de escribir. Me aburre, me frustra. Antes sentía la necesidad de expresarme, quería hacer oír mi voz a través de sueños escritos en la arena que las olas se llevaban lejos, muy lejos. Yo volvía a escribirlos una vez tras otra pero el rugido del mar siempre terminaba borrando hasta su último vestigio. No quiero escribir, no me aporta absolutamente nada, me hace perder el tiempo y tengo poco. El tiempo es oro. Ya le gustaría al oro ser tiempo igual que ya le gustaría ser al tesoro un amigo. Creo que todos los escritores lo son por alguna razón, creen que merecen serlo, quieren serlo, aspiran a serlo, les motiva serlo. Serlo y sentirlo dentro de sus entrañas, letras tatuadas en la piel, rimas escondidas en el alma, leyendas, mitos y prosa. No sé si se ha dado el caso de que un escritor se le quitan las ganas de serlo y tampoco sé muy bien que hay que hacer para dejar de serlo. Antes escribía, ahora ya no. Supongo que si en el presente no escribes dejas de ser escritor.

Este es mi último relato, mi último texto. Antes escribía para dejar escritos sentimientos que nadie quería escuchar, pensamiento que no sabía explicar si no era con una pluma. No creo que a nadie le importase de verdad lo que yo escribía como dudo de que alguien le importe que este sea mi último texto pero a mi tampoco me importa. Yo escribo por mi, por mi y por nadie más. Claro que hay gente que me empujó a seguir escribiendo pero creo que más por mi que por ellos. Obviamente no busco la gratitud de la gente externa pero nunca es mal recibido un halago igual que tampoco se rechaza el abrazo de una madre o la sonrisa provocada por personas errantes que entran y salen de tu mundo. Escribir aburre cuando no tienes registros, cuando no tienes ideas, cuando no puedes escribir cuando quieres si no cuando lo necesitas. 
Es la última vez que lo hago. Escribir el dolor que siento, mis penas, mis alegrías, mis alergias, mis carreras contra el reloj en intento vano de sobrevivir a la vida. En mis últimos escritos hay más deleite personal que sentimiento. No escribía nada que no tuviese dentro de la cabeza, un mundo imaginario infinito, de altas cotas y de enfrentamientos entre mi ego y mi egocentrismo. La vida se escapa entre líneas una tierna mañana de octubre. Las palabras llegan a lugares donde nadie ni nada puede hacerlo y quizás sea esta la mejor lección que he aprendido durante estos años en que he ejercido de escritor. Nadie me va a quitar el triunfo de haberlo intentado. Quedarse en el camino creo que es normal en gente normal. Los normales somos mediocres, y los mediocres lo dejamos todo a medias, no cerramos nada y no intentamos nada. Los escritores normales mediocres encima tienen la gran capacidad de no cambiar la realidad por miedo a perder los motivos para escribir. Como escritor normal y mediocre he huido a una realidad alternativa porque quería seguir escribiendo sin tocar nada del mundo real. ¿Estoy enamorado? Bien, escribo sobre el daño que hace el verte y el no tenerte. ¿El tiempo pasa? Genial, escribo sobre su crueldad y de como nos quita, poco a poco, a nuestros seres más queridos. ¿Sucede algo bueno a nivel anímico? Mierda, no tengo como expresar el optimismo. 

Los escritores normales y mediocres siempre terminamos igual: cansados y aburridos de esquivar. Algunas duran meses, otros años, pero al final uno deja de escribir porque no quiere seguir perdiendo el tiempo. Este es mi último texto, mi último relato, mi última confesión. Una vez leí que el número tres es el número perfecto. El dos es demasiado simétrico, el uno es de soledad, el cero es de pesimistas y cuatro son multitud. El número tres, de forma inconsciente, resulta ser perfecto. El escritor normal y mediocre normalmente lo usa. Siempre escribe algo así como sentimientos que se lleva el viento, pensamientos que se reflejan en un espejo y la mirada severa de un padre. Tres, número para esconder carencias y hacer ver lo que no somos.

Si, esta es la última vez que escribo. La última vez antes de que mi yo me vuelva a reclamar delante de una mesa armado con papel y bolígrafo. Y mientras espero el momento, me voy a ir acomodando con café en mano, un libro de Kafka y una famosa melodía de Beethoven. Y en mi inconsciente seguirá pensando en lo mismo: tres, tres y tres. 

Fotografía Jacqueline du Pré de autor desconocido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario