jueves, 7 de julio de 2016

La tres del seis de julio


  Me he despertado a media noche. Bueno, eran las tres de la madrugada. Me había costado horrores conciliar el sueño por culpa de la alta temperatura y la humedad que cargaba el ambiente. Era un seis de julio y acababa de tener un sueño absurdo. Muy absurdo. Estaba en mi casa viendo las noticias por la televisión mientras me comía una caja de fresas frías. No llevaban ningún condimento, me gusta saborear lo ácido de la fruta, es como la disfruto más. Iban sucediéndose las imágenes, no prestaba demasiada atención a la caja tonta, estaba puesta como de fondo de una escena donde lo que importaba era la figura de un joven que no paraba de devorar fresas. No sé que canal estaba puesto pero recuerdo que de golpe el aparato se volvió el centro de interés del cuadro que se estaba pintando. Se empezó hablando de una serie de catástrofes naturales que se habían ido sucediendo en Zaragoza y en Estados Unidos. Era un sueño así que no hace falta buscarle la lógica. En dichos sucesos meteorológicos abundaban los casos de inundaciones extremas con muertes incluidas aunque esas muertes eran ajenas al agua. Bueno, ajenas no pero si que no eran por su culpa. Por lo visto, en numerosos casos se había acumulado tanta agua que se empezaron a formar olas. Olas que en el sueño eran totalmente transparentes y que tampoco eran demasiado grandes. Adaptadas al terreno donde crecían esas olas impactaban suavemente contra paredes y personas. Nada peligroso aparentemente, un acto natural e inofensivo, tanto que la gente salía a grabar con sus iPhone mientras veía como una cascada de agua caía en jardines y tejados. Se podía oír palabras de asombro y se podían ver caras de gente impresionada por dicho espectáculo acuático. Casi se veía que el agua iba haciendo formas distintas, se mantenía en el aire escasos segundos antes de caer en suelo firme. Todo esto estaba muy bien, pero por lo visto había un pequeño problema: al cabo de unas olas aparecía un animal salvaje y mataba a los asistentes que estaban de pie admirando el espectáculo. Así, sin ton ni son, aparecía justo detrás de una ola con cara de estar muy enfadado y se comía a la familia que estaba reunida ahí. Vi a un gorila, un tigre y un animal que no sé que era exactamente, quizás un híbrido creado por mi imaginación. Lo mejor de todo es que el iPhone seguía grabando pese a que era básicamente imposible que lo hiciese, pues la víctima yacía en el suelo mientras el animal enfurecido se comía su cara, así pues entendía que el vídeo se grababa mientras el teléfono se mantenía en el aire sin motivo aparente. Yo seguía comiendo fresas hasta que me desperté. No había sido una pesadilla pero quizás lo hubiese acabado siendo si la calor no me hubiese despertado.
  Miré el reloj y apenas pasaban las tres. Me tumbé y traté de volver a dormirme. Hacía una calor tremenda, de esas noches en que deseas que pase muy rápido y sean las ocho de la mañana para empezar a caminar. Me costó de nuevo. Un mosquito rondaba la habitación y oír el zumbido cerca de mi oreja es algo que me molesta y me pone muy nervioso. Con inquietud no hay quien duerma. 

  Cuando conseguí dormir mi mente me llevó a otro escenario. Quizás por tenerlo presente o porque mi cerebro así lo dispuso el paisaje me era realmente familiar. Estaba en el colegio donde había ejercido de monitor, el mismo sitio donde conocí a Elaine aunque ella no iba a aparecer. Todo discurría con normalidad, llevaba la bata de cocinero que me habían dado mientras los demás tenían la bata de monitores. Todo bastante real y fiable. Andaba por el patio con normalidad, iba dando tumbos y mirando niños y niñas aunque ninguno de ellos tenían rostros, siempre los veía de espaldas y nunca les llamaba por el nombre y ellos nunca se giraban. Y así iban pasando las horas hasta que tocó la hora de irse. Sonó alguna canción o melodía, no recuerdo llevar a mi grupo a sus clases lo cual en la realidad me hubiese significado un toque de atención grave. Llegué al comedor y me quité la bata. Mientras la colgaba una compañera de trabajo me preguntó:

- ¿Todavía tienes el cuaderno dónde escribes?

  La susodicha resulta que no era compañera de trabajo realmente. En el sueño sí pero en la realidad no lo es, en el mundo real ella es una antigua compañera de clase que hace cinco años que no sé absolutamente nada de ella. Y que le vaya bien pero no voy a ser yo quien se preocupe por ella. El caso es que ella aparecía con su baja estatura, su pelo ondulado y sus ojos oscuros. Vamos, la chica que yo había conocido durante mi estancia universitaria. En un primer momento la ignoré así que insistió:

- ¿La tienes? -me dijo mientras ella colgaba su bata lejos de la mía.
- No la tengo. La quemé hace dos veranos -le respondía. 
- Ah... -suspiró decepcionada. 

  Al cabo de un rato llegaba mi padre y el despertador sonaba quedándome con las ganas de más. Me parece curioso, cuando estuve en la universidad no utilizaba una libreta específica para escribir, tenía una libreta para todo, una agenda pequeña y la piel que recubre mis brazos para hacer todo tipo de anotaciones. Pero en el sueño ella sabía que yo tenía esa libreta y era como si yo le echase en cara que no lo supiese. Ella no ha tenido el interés en contactar conmigo en estos años y yo tampoco así que tampoco tenía excesivo sentido. 

  Me he vestido, desayunado y ahora ya me voy corriendo. Antes de escribir esto he anotado ideas en una hoja escrita. He apuntado tres detalles de cada sueño para no olvidarme de contarlo y que quede aquí. Es la primera vez que cuento un sueño aunque he estado tentado a hacerlo alguna que otra vez. Hoy me apetece escribir y no olvidarme de ambos sueños aunque seguro que tarde o temprano terminaré olvidando os detalles igual que he ido olvidando los textos que he ido escribiendo a lo largo de mi vida. Aunque sigan colgados.

Cuadro Venecia de Noche de Alejandra Carrillo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario