sábado, 23 de julio de 2016

Ríos de alegría

A Neretva, que no existe pero espero que exista.

  -Hijo de puta -me dijo sin venir a cuento.

  Mi hija levantó la mirada hacia donde estaba mi rostro y bajé los ojos para ver su reacción. Me encogí de hombros y ella volvió a su tarea. La música de su Nintendo DS se escuchaba levemente en el silencio que inundaba el comedor. Mi colega estaba comiendo galletas y bebía una taza de té. Él se encontraba en una silla y estaba encarado a mí y yo estaba en postura india sentado en el suelo con mi hija encima mía en la misma postura que yo. 

  -Eres un hijo de puta -me repitió. 

  No sé si lo soy pero como padre soy bastante desastre. Miré otra vez a mi hija pero ella no levantó la cabeza. No lo he dicho aún pero mi hija tiene un cabezón bastante grande. Creo que en el colegio lo pasa mal, imagino que los niños se meten con ella por el tamaño de su testa que a mí me sigue impresionando a día de hoy. Lo mejor es cuando se pone gorra porque le quedan fatal y le hacen la cabeza aún más grande. Yo le digo que mola como le quedan y ella sonríe y se la pone. Mi opinión se la suda bastante, se la pone porque ella quiere y le gusta ir con gorras, gorros o cualquier prenda que se ponga encima del pelo. 

  -Haz el favor de no repetirlo tantas veces, hombre -le dije.

  Me volvió a mirar mi hija casi regañándome. Era una mirada del palo "ya sé que significa esa expresión y no me molesta". La verdad es que debía saberlo de sobras, todos mis amigos eran unos malhablados. Lo habían sido de pequeños, lo fueron en su etapa adolescente, lo mejoraron en su juventud y ahora algunos casados, otros con hijos y unos cuantos solos seguían siendo unos malhablados. Yo el más de todos ellos pero trato de minimizar daños cuando está mi hija presente. 

  - Dime su nombre otra vez. 
  - Neretva -le respondí por enésima vez. 
  - ¿Por qué?
  - No lo sé, me gustaba como sonaba. De hecho, me sigue gustando. 

  Mi hija me lanzó otra mirada fugaz y emitió un ruido raro antes de volver a su consola. Reposé mi mano encima de su cabeza. No podía agarrarla con una mano, era más grande que un balón de baloncesto. Me volví a impresionar hacia mis adentros mientras le acariciaba su pelo corto. En realidad lo hacía porque me sentía un poco mal. Me gustaba meterme con su cabeza y vacilar a la niña un rato pero cuando me asombraba por su tamaño me sentía culpable. Instintivamente ella sacudió mi mano con la suya, casi como si supiese lo que estaba pasando por mi mente. 

  -¿Te gusta tu nombre, Neresta? -le preguntó mi amigo en tono infantil.

  Ella le miró y le respondió asintiendo con la cabeza.

  -¿¡Qué!? -me salió del alma. -¡Ni siquiera te llamas así! 

  Cerró la consola y me volvió a mirar con una sonrisa burlona. Me sacó la lengua, se levantó y se fue corriendo a la cocina. Ambos la seguimos con la mirada hasta que se perdió. Recogí la consola que había dejado tirada en el suelo mientras mi amigo seguía llenándose la boca de galletas. Iba a terminar con la fuente primaria de mi alimento matutino y ni ganas tenía ya de evitarlo. Se rascó la cabeza e hizo el ademán de decirme algo pero pasó. Luego volvió a intentarlo pero se lo pensó dos veces. A la tercera iba a ser la vencida, puso su mano en la barbilla y mirando el techo preguntó:

  -¿Cuál era su segundo nombre?
  -Jolis. Te lo he dicho mil millones de veces y me estoy quedando corto. Neretva Jolis. 
  -Es el nombre más feo que he oído en mi vida. 
  -Tu cara sí que es la cosa más fea que he visto en mi vida y nadie te culpa por ello. 
  -Ya -se lo tomó con tranquilidad. -Yo no he elegido tener esta cara pero tú si has elegido ese nombre para tu hija y eso es de hijo de puta. 

  Tenía razón. Yo había elegido ese nombre y si tenía un trauma en relación a ello yo tendría buena parte de la culpa. Hace años que estoy enamorado de ambos nombres y claro que sé porque se los puse a mi hija. No soy un buen padre pero tampoco soy el Magistrado Malvado, no nos pasemos. Tengo mis puntos que tienden más a ser puntitos que puntazos pero lo bueno viene con cuentagotas. Una vez pensé acerca de la importancia de tener un nombre y no uno otro. A veces te gusta, otras veces lo odias pero te acompaña allá donde vayas. Seguramente si en lugar de Neretva mi hija se llamase Marta o Diana tendría una infancia más placentera. Llamándose Neretva Jolis iba a ser el foco de atención en todas las revisiones de lista de los profesores. Lo único que hago es desear con todas mis fuerzas que nunca le pongan un diminutivo. Los diminutivos son horrendos en su gran mayoría.

  Mi colega se fue al cabo de un rato. Mi hija rompió un plato y preparó la comida. Cuando digo que preparó quiero decir que la hice yo mientras ella miraba bobalicona como pelaba el pepino y el tomate. Con su enorme cabeza, iba tambaleándose de un lado a otro, inclinando la silla y haciendo ruidos con su boca. A veces se ponía a correr haciendo el avión e imitaba a mi hermano haciendo dubs. Preparé la mesa con celeridad y, cuando iba a sentarme me dí cuenta de que Neretva Jolis me estaba mirando de forma muy fija. Pinchó un trozo de patata  y me dijo:

  - Yo ya sé porque me llamo Neretva Jolis. Y me gusta. -Sonrió y se metió la patata toda de una en la boca.

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