martes, 28 de agosto de 2018

Desaparecida: Amelia

  Amelia tenía una larga melena rubia y unos ojos azules claros y vidriosos. Su metro ochenta y tres llamaba mucho la atención de los demás alumnos de la facultad y el hecho de que no se relacionase con prácticamente nadie la hacían aún más interesante si cabe. Era un punto medio entre todo el enjambre de personas que corrían por la ciudad. Mostraba la energía justa y necesaria, no suspiraba, no bostezaba, no estaba nunca triste pero no hacía alardes de felicidad. Iba con su botella de agua medio llena para los optimistas, medio vacía para los pesmistas, caminaba a un ritmo correcto y no realizaba movimientos innecesarios. Durante cuatro años había intentado descifrar sus gestos y miradas pero fue totalmente en vano. A veces me quedaba mirándola mientras ella fijaba su mirada a la ventana que daba al porche. Intentaba adivinar que tipos de libros leía, sus aficiones, la música... Absolutamente nada en claro se podía sacar. Encajaba en prácticamente todos los paisajes que uno podía llegar a imaginar. 

  Tanta incertidumbre cansa...

  Amelia y yo compartimos clase y compañeros durante cuatro años que se pasaron en un instante. El primer año me costó adaptarme a la vida en la ciudad pero a partir del segundo año todo fue muy rodado. Conocí gente nueva y mi compañera de piso tenía un don de gentes alucinante que me ayudó a la hora de abrirme. Mis amigos me preguntaban mucho por ella pero tampoco tenía las respuestas que ellos buscaban así que me limitaba a decirles que si querían algo, que se lo preguntasen directamente. Desde el primer curso hablábamos a escondidas de Amelia. En la biblioteca, en las redes sociales, en el bar, en el intermedio... Montones de veces. Nadie sabía quien era, nadie sabía de donde venía. Tengo la imagen bastante desagradable de un compañero intentando entablar una conversación con ella, preguntando y tratando de buscar puntos en común. Amelia ni le miró ni abrió la boca. A partir de aquello la gente la evitaba al máximo aunque los interrogantes flotaban en nuestras cabezas y no se iban a ir a ninguna parte. Los dos años restantes fueron más de lo mismo en la facultad: quedábamos a hacer cafés, salíamos algunas noches, estudiábamos hasta las tantas e invertimos las mismas horas en el FIFA y el Tekken a partes iguales. Nosotros íbamos avanzando y Amelia hacía lo propio, atrayendo todas las miradas hacia ella. Seguíamos sin descubrir un indicio que nos ayudase a averiguar quien era aquella chica. Obviamente habían muchísimos rumores de todo tipo y darles credibilidad era una tontería de dimensiones épicas. 

  Lo que no sabían en mi clase es que Amelia y yo compartimos otro espacio real de aquella época que ahora se difumina. Amelia era la mejor amiga de mi compañera de piso y pasaba horas en lo que era mi hogar en mi etapa estudiantil. Nunca me saludó y tampoco se lo pedí. Hubo un par de días que le pregunté a Carol por ella pero no obtuve una respuesta clara. Desistí aunque Amelia me seguía llamando la atención. A veces me quedaba en salón con ellas sin abrir boca esperando a que surgiese una oportunidad para romper el hielo. Nunca pasó, Carol se encargaba de todo. Ella proponía, ella hablaba, ella hacía, ella deshacía. Amelia se dejaba llevar y luego salía por la puerta en silencio como toda ella, como su aura, como su presencia. Desaparecía por las calles sin que nadie la echase en falta. Yo me quedaba mirando como se mezclaba con la gente desde el balcón y luego me ponía a conversar con Carol de nada. 

  Tres años después de terminar sigo teniendo la imagen de Amelia en la retina y de vez en cuando acude a mi memoria el dibujo de su silueta, su paso y sus gestos. Su melena rubia siempre suelta, sus curvas perfectas se trazaban delante de mi. Snetía su presencia en cada uno de mis silencios. Su camisa blanca, su falda a cuadros, sus Converse, sus ojos azules mirando al vacío... Estaba seguro que todos los que compartimos un momento con ella teníamos ese tipo de visiones. Muy seguro que la admirábamos a ella, le dedicábamos cada segundo sin ponerle un fondo. Amelia se aparecía sin un paisaje, era ella en un fondo de cualquier color que ella quisiese. La última vez que hablé de Amelia fue con Carol. Llevaba un año y medio trabajando en la empresa en la cual sigo actualmente y me la encontré de casualidad dando un paseo por la ciudad. Le pregunté por Amelia y por primera vez Carol me dijo algo que no fue ambiguo:

  -Me habló de ti. Me dijo que no olías a mar. 

  No la volví a ver nunca más.

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